martes, 26 de julio de 2011

UN MURO LLAMADO EVA

Eva fue la primera mujer que Dios puso sobe la tierra. Su llegada marcó un antes y un después en la historia de la humanidad. El destino volvería a otorgarle un rol principal, una responsabilidad enorme, la de ser una mujer capaz de construir una nueva sociedad, en la que los desposeídos recuperaran su espacio, su poder, su oxígeno, su fuerza para forjar la realidad a su medida.
La imagen de Eva replica una y otra vez como un muro que marca un antes y un después. Pudo parir sólo una vez a un hombre nuevo, lleno de derechos que lo dignificaron; un hombre múltiple que se transformó en millones, en una masa poderosísima que la miraba a los ojos fijamente para seguir fortaleciéndose.
Eva partió pero su recuerdo se agigantó, muchas veces manipulado para definir la voluntad de ese pueblo que siguió venerándola. Por momentos su figura alcanzó dimensiones temibles, que la colocaban entre cuadros totalitarios. Un cuadro sobre un muro, un muro Eva un muro más que un cuadro.
Somos un pueblo muy simbolista; un pueblo que necesita repensarse, darse la chance de descubrir su esencia, pero son esos símbolos que van y vienen permanentemente los que no nos permiten analizar y descubrir nuestro propio potencial; siempre refiriéndonos a quienes nos parieron, imposibilitados de crear nuestra propia perspectiva ante las cosas; siempre una voz que grita más fuerte que las demás se levanta para reprimirnos, para echarnos en cara lo malos que somos, lo improcedentes que parecemos, lo fracasados que resultamos.
El muro con la silueta de Evita remueve muchas cosas en mí. No creo que este haya sido el momento propicio para emplazarla en medio de la ciudad, mirando hacia los del sur, dándonos la espalda a los del norte; un muro que vuelve a levantarse, que marca un territorio que se diferencia de otro. Amí me hubiera gustado verla mirándome; ella significa mucho para mí, pero sé que no estaría observando a la Gioconda, estaría ante un símbolo muy polémico aún, uno de esos que nos dividen, nos cortan en pedazos, que nos desunen y no es lo que quiero.
No es un cuerpo para esconder, para ocultar, no se puede tapar el sol con una mano; ella es grande, es inmensa y por eso mismo es redundante una escultura emplazada justo ahí, en el Centro, en el centro del conflicto.

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